b_cajaPoco a poco he ido leyendo bastantes novelas de este escritor porque me gusta bastante su estilo a la hora de escribir novelas de misterio  y acción. Siempre son bastante truculentas, a veces incluso góticas y rozando el terror donde los personajes suelen estar bien desarrollados.

En esta novela, publicada en 2004, el escritor cubano nos narra la historia de un detective contratado para buscar a una adolescente y una antigua profesora de esta que  denuncia su desaparición. Aunque las razones de ambos son diferentes se establece entre ellos una complicidad mientras van desenredando la desaparición de la muchacha en un pueblo costero.  Un libro original y entretenido que se lee con facilidad. Bien llevado y bien rematado.

Aunque no es la obra que más me ha gustado de este escritor, porque me ha parecido más previsible y convencional, no está mal, para pasar el rato.

Me ha llamado la atención la reflexión que hace la profesora de cómo en cierto modo nuestra felicidad reside en que aceptemos la vida que nos ha tocado vivir.

—¿Ha leído a Mar… Marco Lombardo? No, claro que no lo ha leído, qué tontería. Es un teórico educacional. Dice que la felicidad depende de lo que él llama la «atadura a la silla». Yo estoy atada a una silla. Es decir, yo sola no, usted también. —Lanzó una risita—. Todos, hasta usted… Estamos atados y tenemos que vivir así, es algo inevitable, obligatorio, propio de nuestra condición. Pero lo importante es lo que sucede mientras tanto. Si queremos desatarnos y forcejeamos, seremos aún más infelices. La solución consiste, pues, en… en vivir conforme a nuestras ataduras y a nuestra silla, buscar la mejor postura, la apropiada, y vivir atados para siempre. Eso es lo que no son capaces de comprender chicas como Soledad. Cuando se es tan joven, es fácil creer que podemos romper las cuerdas y escapar… Pero lo único que conseguimos, ¿sabe qué es? Hacernos más daño. Aunque… No, no es esto lo que quiere decir Lombardo… No sé por qué lo estoy diciendo yo, quizá es que he bebido un poco… ¿En qué piensa?

Quirós, que estaba pensando que un día había atado a un hombre a una silla cabeza abajo y le había hundido una escoba en el trasero, titubeó.

—Escuche —dijo Nieves Aguilar, pese a que fue entonces cuando bajó la voz, o precisamente por eso—. Confío en usted.

Quirós la miraba. Los ojos de la mujer brillaban en la noche como gemas cicladas.(Pág. 91)

Otras obras que he leído de el son.